Tardes
La tarde cae al tropezar con tus ojos, el sol se esconde, la luna no aparece y mis párpados encierran una tormenta de nubes grises y espacios vacíos que solo pueden llenarse con agujas de reloj. En donde el viento sopla está tu voz.
Los puntos cardinales siguen desorientados y las margaritas sin pétalos hoy no dicen adiós. Este pajar, tuyo y mío, no admite más laberintos que el mismísimo cruce de miradas confundidas, fundidas pero ajenas a todo pacto de permanencia.
La tarde cae al encontrar tu boca y el invierno se asoma de repente entre tus dedos, que arden de frío y leen en braile mientras estás cegado por una canción. «Artista desconocido». Tampoco llegaste a conocer la parte buena de mi corazón.
Te sigo encontrando en cada pequeña obra de arte que me produce placer, aunque el tiempo haya sido el peor maestro y el mejor enemigo. Ya no hay Penélope que te teja el recuerdo, Argos no conoce el olvido.
La tarde cae cual danza de copos de nieve sobre piel desnuda. Todos son iguales, como los días de una semana de vacaciones, como los puntos suspensivos al final de las cuatro estaciones. Las de Vivaldi ya no te extrañan.
De tren en tren vas así, jugando a ser un marcapáginas mientras las páginas te marcan a ti. Sin embargo, nunca vi los mismos colores en dos atardeceres ni le encontré forma a las nubes que se ven desde tus ojos.
Los puntos cardinales siguen desorientados y las margaritas sin pétalos hoy no dicen adiós. Este pajar, tuyo y mío, no admite más laberintos que el mismísimo cruce de miradas confundidas, fundidas pero ajenas a todo pacto de permanencia.
La tarde cae al encontrar tu boca y el invierno se asoma de repente entre tus dedos, que arden de frío y leen en braile mientras estás cegado por una canción. «Artista desconocido». Tampoco llegaste a conocer la parte buena de mi corazón.
Te sigo encontrando en cada pequeña obra de arte que me produce placer, aunque el tiempo haya sido el peor maestro y el mejor enemigo. Ya no hay Penélope que te teja el recuerdo, Argos no conoce el olvido.
La tarde cae cual danza de copos de nieve sobre piel desnuda. Todos son iguales, como los días de una semana de vacaciones, como los puntos suspensivos al final de las cuatro estaciones. Las de Vivaldi ya no te extrañan.
De tren en tren vas así, jugando a ser un marcapáginas mientras las páginas te marcan a ti. Sin embargo, nunca vi los mismos colores en dos atardeceres ni le encontré forma a las nubes que se ven desde tus ojos.
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