Algarabía de sueños embriagados
El espejo me devuelve fragmentos que buscan grietas para salir. Las encuentran y no se van, no quieren dejarme. Bajo mi piel fría quedan historias que no pueden ser contadas, cada una con sus «cuando» a destiempo. Algunas que empiezan por el final terminan, fatalmente, donde comienzan y comienzan donde terminan, terminan tantas veces que es mejor decir que no lo hacen. Pretenden aferrarse a los «ojalá» de antes y los de después —de la tragedia— que aún no han sido borrados por la lluvia.
Me queda la certeza de la posibilidad y palabrería protocolar para rellenar espacios extensos de silencio y luna llena. El tiempo me arrastra a vivir descalza, vulnerable, con los vidrios de la botella de licor, a medio tomar, clavados entre los dedos. Mis huellas sangran igual que las de un perro malherido buscando un camino tras ser abandonado. Callejero, sin conocer la calle, a merced del frío.
Mis añicos me delatan: bebí de tu boca cuanto me serviste. Y antes de sangrar, bailé. Y antes de callar, reí. Y antes de mirarme en el espejo me vi en tus ojos de luz de luna.
Me queda la certeza de la posibilidad y palabrería protocolar para rellenar espacios extensos de silencio y luna llena. El tiempo me arrastra a vivir descalza, vulnerable, con los vidrios de la botella de licor, a medio tomar, clavados entre los dedos. Mis huellas sangran igual que las de un perro malherido buscando un camino tras ser abandonado. Callejero, sin conocer la calle, a merced del frío.
Mis añicos me delatan: bebí de tu boca cuanto me serviste. Y antes de sangrar, bailé. Y antes de callar, reí. Y antes de mirarme en el espejo me vi en tus ojos de luz de luna.
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