Dos cosas
Tiene estrellas en la mirada, sus ojos ya están muertos, y sin embargo brillan tanto. No se le nota en las manos el pasar de los años pero sí están claros los estragos de la ansiedad.
Como un niño, juega a que gana mil batallas en el mundo con tan solo corretear y dispara con los dedos cruzados un «tal vez» cuando le preguntan «¿todo bien? ». El sombrero le queda grande, o quizá se encogió él.
El humo que exhala juguetea con el viento y de pronto se desvanece entre las luces de la ciudad, es invierno y no está abrigado. Parece un poco perdido, los domingos todos se van sin haberse ido. Todos piensan en el mundo que han comido y en el que no comerán.
Se le acaba de caer una pestaña pero no se dió cuenta, ¿quién podría? Las nimiedades no se sienten, pero se piensan muchos años después. Tiene los pies frios y sin embargo corre, llueve a cántaros y no hay paraguas. Entonces charla conmigo de modo casual, se hace el galán y me acomoda un mechón detrás de la oreja, se acerca a mi oído y comienza a murmurar. Resulta que para viajar a la luna hacen falta dos cosas, un par de ojos tan grandes como los suyos y tres miradas para enloquecer.
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