Ausencias
Lunes. El corazón me late tan fuerte que siento a mi cuerpo moverse a su compás. A los tumbos, retumba todo: las palabras que existen, las que no, los días de frío, las noches de luna llena, cada una de las horas muertas que posteriormente fueron aniquiladas con brutalidad por la tristeza. Los pájaros cantan enfermos de felicidad. Bajo el sol la gente se convierte en sombras que deambulan por el suelo desgastado. Las miro, busco la mía y no la encuentro, no está ¿Me abandonó? ¿Se oculta de mí? ¿Es posible su ausencia o se trata de un sueño del que aún no desperté?
“Martes. Nada. He existido”. Después del lunes queda todo y nada a la vez. Permanecen los suspiros, antes contenían plenitud; ahora, anhelo. Ya no quiero retomar las lecturas que tengo pendientes.
Miércoles. Tendría que llover. No llueve. Hay truenos y nubes grises pero no llueve. Está bien, tal vez mañana será.
Jueves. Busco mi sombra en todos los cajones, en cada rincón de la casa y aún no la encuentro. Llueve.
Viernes. Me estoy quedando sin palabras. Ásperas, se van como quieren, como pueden, no aguantan más tanto encierro a oscuras y yo —en mi papel de marioneta— las veo alejarse sin alcanzar a hilar sus cuerdas. Al menos se alejan desenredadas; la maraña, quizá, me habría desgarrado más.
Sábado. Me quedé sin café, como el Coronel, mi pobreza es distinta a la suya aunque yo tampoco tengo quien me escriba. Y, aún así, sigo esperando.
Domingo. No tengo café y creo que tampoco tengo sombra. Té, quiero.
Lunes, de nuevo. En algún té a medio tomar no puede quedar todo esto. Ojalá un lunes más no fuera un lunes menos.
“Martes. Nada. He existido”. Después del lunes queda todo y nada a la vez. Permanecen los suspiros, antes contenían plenitud; ahora, anhelo. Ya no quiero retomar las lecturas que tengo pendientes.
Miércoles. Tendría que llover. No llueve. Hay truenos y nubes grises pero no llueve. Está bien, tal vez mañana será.
Jueves. Busco mi sombra en todos los cajones, en cada rincón de la casa y aún no la encuentro. Llueve.
Viernes. Me estoy quedando sin palabras. Ásperas, se van como quieren, como pueden, no aguantan más tanto encierro a oscuras y yo —en mi papel de marioneta— las veo alejarse sin alcanzar a hilar sus cuerdas. Al menos se alejan desenredadas; la maraña, quizá, me habría desgarrado más.
Sábado. Me quedé sin café, como el Coronel, mi pobreza es distinta a la suya aunque yo tampoco tengo quien me escriba. Y, aún así, sigo esperando.
Domingo. No tengo café y creo que tampoco tengo sombra. Té, quiero.
Lunes, de nuevo. En algún té a medio tomar no puede quedar todo esto. Ojalá un lunes más no fuera un lunes menos.
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